El nombre de la mentira


   El nombre de la mentira

    Pasar la puerta de mi casa y verme obligada a adentrarme entre la masa de gente me estaba resultando cada vez mas asfixiante. Repetir las mismas acciones casi automáticamente como si fuese un robot programado para eso, hacia que me cuestionara si realmente estaba viviendo o si solo me dedicaba a mantener un cuerpo con vida. Todo eso se me cruzaba por la cabeza mientras miraba mi reflejo en el espejo del baño y me alistaba para salir a la fría mañana de otoño y a la eterna repetición de lo mismo con la que me encontraría al pisar la calle. Haciendo un esfuerzo sobrehumano para lograr que mi pie, bastante crecido, entre en las converse que me había comprado cuando tenia doce años, me calce y empecé mi camino hacia el colegio. 

    Doblando en una esquina, dos cuadras antes de llegar, apareció ante mi una cafetería que nunca antes había visto. Las ventanas y sus marcos eran azules y las paredes estaban hechas de piedras blancas. No dude dos segundo antes de meterme para pedirme un café, porque cuando aparece algo nuevo en medio de tu agobiante rutina no podes evitar sentirlo como un respiro. Cuando estaba por sentarme en una mesita a probar el café con leche de mi recientemente encontrado refugio, se me acerco la otra persona que había entrado, un señor bastante enojado con un monedero que se traía entre manos.

    -Disculpa nena, ¿me podrías ayudar a abrir esta porquería?- me pedía entregándome a su mayor enemigo- se le atora el cierre cada dos por tres y no puedo sacar la plata. 

    -Si señor, no hay problema- le respondí con una voz y una sonrisa que reflejaban falsa amabilidad, ya que en realidad quería que me dejara tomar mi café con leche en paz. Le destrabe con cuidado el cierre de su monedero lo mas rápido que pude- Acá tiene señor.

    -Pero muchas gracias, ya me estaba volviendo loco- me dijo aliviado- ¿Cuál es tu nombre nena?

    A pesar de la normalidad de su pregunta, mi cuerpo reacciono distinto a las otras millones de veces que me habían preguntado por mi nombre.  La adrenalina me empezó a picar en le pecho y las palabras me subieron desde la boca del estomago hasta que las vomite y le respondí al señor:

    -Celeste, ¿usted?- no sabia ni de donde lo había sacado ni porque estaba diciéndole esto.

    -¡No me digas! Mi nieta también se llama así, capaz la conoces, juega al hockey acá cerca en el club municipal- respondió con mucho entusiasmo y sorpresa olvidando completamente responder mi pregunta. El mismo sentimiento que me recorrió el cuerpo con su primer pregunta volvió a aparecer mientras mi cerebro trataba de hilar las palabras correctas para no enredarme.

    -No creo, no conozco a ninguna otra Celeste. Además yo no juego al hockey, pero capaz mi hermana que también juega en el municipal la conoce- empecé a transpirar porque estaba empezando a complicar la trama sin necesidad alguna.

    -El apellido de mi nieta es Pérez, pregúntele a esa hermana tuya, deben jugar juntas. ¿Tiene muchos hermanos usted?- me interrogaba con curiosidad el abuelo de Celeste Pérez. La esperanza de tomar mi café tranquila se había esfumado y ahora había ocupado su lugar la desesperación de tener que seguir respondiendo las preguntas de aquel señor. 

    -Si somos cinco chicas, la casa es siempre un lio- dije entre risas para alivianar mis nervios.

    -Me imagino, pobre tu padre- me respondió también riéndose el señor- Bueno querida, te dejo que me voy a pedir el café. Mil gracias por la ayuda- me despidió el señor mientras empezaba a encaminarse al mostrador de la cafetería. Yo queriendo también escapar de aquella situación, me levante con la intención de terminar el café en el camino hacia el colegio, al cual como era de costumbre estaba llegando tarde.

     -Hasta luego señor, un gusto- y cuando me dispuse a cruzar la puerta, la voz de aquel hombre me frena al grito de:

    -Te olvidaste de decirme el nombre de tu hermana, así se lo comento a mi nieta.

    -Gabriela se llama- respondí rápidamente.

    -Muy bien, espero verla en el partido del domingo, hay que alentar a las chicas.

    -Por supuesto, no me pierdo un partido- dije sin poder creer la conversación que acababa de entablar ni la creatividad que al parecer tenia. Capaz era mi don.

    Después del colegio, volví a mi casa todavía con esa sensación de preocupación. En la cocina estaba mi madre muy enfurecida con mi hermano mas chico por que treinta divido dos le estaba dando diez. Subí corriendo las escaleras para evitar todo tipo de preguntas sobre como había estado mi día. Las próximas noches, el encuentro en la cafetería con aquel señor no me dejaba dormir por la noche. Trataba de buscar una explicación, o mas bien una justificación, de las respuestas que le había dado a aquel hombre. Decidí concluir en que no tenia mucha importancia y en que solo estaba tratando de variar un poco mi monótona vida.

    Una semana después salimos a cenar con mi mejor amiga a la pizzería mas rica y conocida de todo el barrio. Había recibido las ordenes de quedarme cuidando el lugar que determinamos como la mejor mesa mientras mi amiga iba a pedir la comida. La verdad no se porque estábamos tan encaprichadas con esa ubicación porque era afuera y era un mesa alta, lo que significaba que tendríamos que treparnos a la banqueta y tratar de no congelarnos en el intento de comer una porción de mozzarella. 

    -¿Tenes fuego?- me pregunto una voz masculina. No se si era que los hombres me ponían nerviosa o que era lo que me pasaba cuando un desconocido me hacia preguntas con las respuestas mas sencillas de formular, pero al igual que con el señor de la cafetería, un cosquilleo en la panza me hizo responderle:

    -No, me quede sin, disculpa-. Supuse que eso era lo que decían los fumadores cuando no tenían encendedor.

    -No pasa nada- dijo tranquilamente aquel hombre- ¿Como te llamas?

    Me quede helada, como si me hubiesen dado la peor noticia de mi vida. Sabia lo que iba a suceder a continuación.

    -Sofia, ¿vos?- le respondí mientras lo miraba suplicándole que se de media vuelta y deje de interrogarme porque lo que respondiera parecía no depender de mi. 

    -Joaquín. Tenes cara conocida, ¿cursas en facultad de derecho casualidad?

    -Nono, estudio arquitectura. Capaz de otro lado- trate de parecer lo mas relajada posible mientras le contestaba.

    -Puede ser, me sonas mucho. Bueno gracias igual, nos vemos- se despidió, para mi suerte, Joaquín. Mi amiga no tardo mucho en venir y mientras se acercaba trayendo la pizza, me miraba con los ojos abiertos como dos platos. 

    -¿Quien era boluda? Que lindo

    -Joaquín se llama, un amigo, el hijo de Marta la amiga de mi vieja. Me lo encontré hace unos días y nos estamos hablando.

    Cuando me percate que mis historias inventadas habían llegado al punto de mentirle a mi amiga en la cara, y que ya no iba a poder sostenerlas mucho tiempo mas, termine de tragar rápido el bocado que me había mandado a la boca, le dije a mi amiga que me estaba sintiendo medio mal y que me volvía a mi casa. Sin tener tiempo de frenarme, mi amiga se quedo ahí sola tratando de procesar mi retirada.

    Trate de contener las lagrimas pero el sentimiento de culpa que me persiguió por todas las cuadras  hasta mi casa no me lo permitió. Ya en mi cuarto, mirando el techo, me repetía que no era mala persona, que eran mentiras inocentes. Simplemente estaba creando a través de ellas la vida que quería vivir, la chica que quería ser. Que solo estaba aburrida. Pero nada me calmaba porque no sabia si mis palabras eran ciertas o si me había convertido yo misma en una victima mas de todas mis farsas. En el fondo ni yo misma me creia.

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