Caminar con tu sombra- pesadilla

 

    Caminar con tu sombra


    Cuando no me paralizaba el miedo me resultaba gracioso verla escondida atrás de columnas, árboles, casas, autos creyéndose invisible a mi mirada. No se si es que realmente pensaba que no lograba verla o simplemente no le importaba ser descubierta. A veces sentía su presencia aun sin que mis ojos la hayan encontrado. Si ella estaba ahí, el viento soplaba diferente, como más lento y sigiloso. Si ella estaba ahí, el frío calaba más profundo en los huesos y generaba más escalofríos. Recuerdo pocos días en los que ella no haya estado, por lo que casi sin darme cuenta me acostumbre a tenerla silenciosamente atrás mío, como mi sombra. Cada día su nariz parecía ser más puntiaguda, sus labios más finos, sus ojos más abiertos y desorbitados, su joroba más marcada, su rodete más apretado y engominado y además, parecía cada día estar más alta que ayer. Algunos días parecía que podía tocar la copa del árbol más grande con sus dedos finos. Y mientras cada rasgo suyo se exageraba más, también lo hacía el nudo en mi garganta.
    No fue hasta el día en que una de mis amigas, Josefina, me dijo aterrada que había una señora persiguiéndonos, que me di cuenta que no estaba loca. Aquello que elegía creer que era producto de mi imaginación era al parecer real. Ese día parecía no querer despegarse de mí porque no había lugar al que Josefina y yo fuéramos, que ella aparecía allí abruptamente. Note su desesperación y desconcierto cuando se dio cuenta que Josefina también podía verla y que al igual que yo trataba de escapar de ella. Y por primera vez desde que la conozco se acercó. El pánico nos paralizó a ambas y solo podíamos quedarnos quietas en el medio de la calle ya sin la luz del día, observando detenidamente los pasos tímidos de la anciana que se dirigía a nosotras. Cuando solo nos separaban centímetros, la vieja mirada se posó sobre Josefina y extendió su largo brazo hasta tocar la punta de la nariz de mi aterrada amiga. 
    -"Acá estás querida mía, toda una vida buscándote. Es hora de irnos, de volver a donde pertenecemos"- le dijo a Josefina como quien encuentra un zapato debajo de su cama después de días de darlo por perdido. Yo seguía mirando al frente porque temía girar mi cabeza para su dirección y caer en la cuenta de que esto realmente nos estaba sucediendo. Para cuando tome coraje y decidí sacar a mi amiga de esta situación, que por alguna razón se sentía como mi culpa, no vi más que sombras. Solo quedaba una calle vacía, la luz titilante de un farol y yo.

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